Fallas en Piccadilly Circus
por Marcos GandíaLeí en algún sitio que en diez minutos de un episodio de la teleserie Objetivo: la Casa Blanca, cuya pirada (y obligada, al menos para quienes nos declaramos fans de ese Gerard Butler salvador de culos presidenciales USA) secuela londinense llega ahora.
Serie B típica de la productora Millenium, sus hipérboles en escenas de tiroteos, explosiones y efectos sangrientos (todo ello generado por ordenador) estaban al servicio de un tebeo. Mucho más tebeística es Objetivo: Londres, machacada por esa crítica que espera coherencia en este tipo de productos, como si tuviéramos que pedirle, por ejemplo, a un film de Steven Seagal una lectura fidedigna de la situación geopolítica del mundo actual. Fiel a lo que una secuela de una película de acción bizarra, con héroe de piedra digno de un péplum (Gerard Butler ya viene de ahí, del Leónidas de 300) y la exageración como motor, como deus ex machina. Objetivo: Londres es un no parar de escenas de acción, inverosímiles si uno se pone picajoso, pero de aplauso para quienes se las imaginan en unas viñetas de un comic o en los frames de un VHS ochentero. Vale, no aporta nada, ni siquiera es capaz de sacar punta a la localización europea más allá de tratar a la OTAN y a los europeos de incompetentes (¿no será este su mensaje político? No había caído), y repite el mismo esquema dramático de la primera entrega, ahora ya sin el lastre de presentar a los personajes. Puro cine de derribo (lógico), del que esperes que dejen de hablar y pasen a volar edificios y a dejar sin munición las armas automáticas. No será esto bocado delicioso y nutritivo para muchos, pero servidor se cita a un duelo con quién sea si hay que defenderla, y más tras la quinta e infame entrega de las peripecias de John McClane.
A favor: sus locatis escenas de acción.
En contra: Antoine Fuqua era mejor director.