En el saturado panorama del cine de terror contemporáneo, donde abundan los sustos prefabricados y las fórmulas recicladas, la cinta sa The Eye), irrumpe con una propuesta ambiciosa y temáticamente incómoda. Lejos de ser otro relato de vampiros o adolescentes en apuros, el filme plantea un viaje frenético a través del colapso social y emocional de una generación que, más que enfrentarse al apocalipsis, parece haberlo interiorizado. A diferencia del cine de género más comercial, este largometraje evita el susto fácil y prefiere incomodar por acumulación: la violencia no viene de lo sobrenatural, sino de la mano humana. Las personas infectadas no se convierten en zombis, sino en versiones distorsionadas de sí mismas. Esta "enfermedad" es utilizada por el realizador como metáfora de la rabia contenida, la alienación social o incluso la toxicidad emocional latente en nuestras relaciones.
MadSLa historia comienza con Romain, un joven que acude a una fiesta de música electrónica, consume una nueva droga en casa de su camello y sufre un accidente de tráfico en el el que aparece una extraña joven que se automutila en su presencia. A partir de ese momento, y tras una crisis nervisosa, pierde el control de su percepción. Cuando despierta, el mundo ha cambiado: la ciudad está sumida en un caos violento y la gente a su alrededor se comporta como si una furia salvaje se hubiera apoderado de ellos. A partir de ahí, la película se convierte en una huida constante. Pero lo que realmente es el gran punto a favor de MadS no es lo que cuenta, sino cómo lo cuenta.

Filmada como un solo plano secuencia de más de 90 minutos (rodada en palabras del propio director sólo en 5 días), MadS juega en la misma liga de virtuosismo técnico que películas como Netflix tiene el mejor thriller de terror que puedes ver este verano 2025
El filme plantea desde sus primeros minutos una fusión entre el universo de 28 días después. La música electrónica no es solo banda sonora sino que se conforma en el metraje como una especie de entorno vital de los personajes. Lo que podría parecer una simple alucinación inducida por drogas se convierte pronto en una pandemia brutal. Pero MadS no ofrece muchas respuestas, ni tampoco demasiadas explicaciones a lo que vemos en la gran pantalla. Al contrario, lo que domina es la desorientación, y ahí está uno de sus aciertos más notables: la película no se estructura en torno a un único protagonista. A medida que avanza, la cámara "salta" entre personajes, como si estuviera infectada también, obligándonos a vivir la historia desde múltiples perspectivas. Este cambio constante de foco dota a la película de una coralidad inesperada.

Vista desde una perspectiva sociológica, MadS podría leerse como un retrato radical de la juventud europea contemporánea: hijos del colapso ecológico, de la precariedad afectiva y enfrentados a un mundo donde el futuro ya no es una promesa sino una amenaza. En este sentido, la película se acerca al discurso de obras recientes como La noche devora el mundo (2018). No es una película fácil ni cómoda: su intensidad formal y su falta de respuestas pueden frustrar a quienes busquen un relato cerrado o una resolución clara y satisfactoria. Pero para quienes disfrutan de un cine de terror que desafía las reglas y explora nuevos lenguajes, esta es una experiencia imprescindible.
Sin duda se trata de una experiencia intensa, original y emocionalmente potente. No es un terror tradicional ni una historia con moraleja, pero sí una película que atrapa, incomoda y deja huella. Ideal para quienes buscan algo diferente dentro del cine comercial, y para los que se atreven a mirar de frente el lado más oscuro de nuestra realidad.